Hace un tiempo mi hermano me contó cierta anécdota que le pasó a un amigo de su entonces academia, así que ésta vendría a ser la historia del amigo de mi hermano. Sucede que Alberto, así se llama el amigo, iba a ir de visita a casa de su abuelo, del cual no sabía hace ya muchos años; El abuelo de Alberto vivía en el movido distrito de La Victoria al contrario de Alberto que un poco más acomodado vivía en un distrito más sobrio de nuestra capital. Alberto carecía de apego familiar (al igual que quien escribe), razón por la cual tuvo que ser incitado (casi obligado) por su madre a que visite a su abuelo para que conozca a la familia y además, haga compañía a su abuelo pues su esposa (es decir, la abuela de Alberto) había fallecido hace ya 7 años atrás (última vez donde se encontraron abuelo y nieto).

Alberto, como cualquier joven de su edad (17 años) y algo acomodado a diferencia de su abuelo, quería ir de visita pero alardeando (según él: “Con estilo”), así causaría una buena impresión dado el tiempo que no veía a su familia. Llegado domingo se levanto temprano, desayunó, almorzó y tras una siesta se dio un baño para enrumbar hacia La Victoria a visitar a su abuelo, a quien ya había anticipado de su llegada. Se vistió con su ropa de marca (…iluso, tal vez desconocedor de que el lugar al que se dirigía no era necesariamente caracterizado por el respeto a los bienes ajenos), salió a la avenida y tomó el bus que lo llevaría hasta la case del anciano.

Y así sucedió, apenas bajó del bus caminó tan solo una cuadra hasta que fue abordado por un joven moreno más o menos de su edad o un par de años mayor, quien poniéndose delante y cerrándole el paso le dijo: “ya cuñao, ya perdiste” y lo tiro al suelo donde se apoderó de su polo Nike, zapatillas Adidas y un gorro Gzuck. El en el suelo inmóvil se limitaba a observar a quien se llevaba su pertenencias, y aún asustado solo pudo ponerse de pie cuando vió a aquel ladrón alejarse con sus cosas. Sin polo, sin gorro y en medias, caminó un par de cuadras más en ese sol sofocante hasta donde vivía su abuelo, mientras la mirada triste de personas mayores y la risa de algunos otros delincuentes que se burlaban de su suerte, le hacia saber que no se encontraba en casa, ni a salvo.

Al llegar, se paró frente a la casa de su abuelo, una casa de quincha y adobe de corte colonial muy derruida por el tiempo, golpeó la puerta levemente aun con miedo, sin despegar la mirada de su alrededor temeroso volver a ser atacado. El abuelo al abrir la puerta lo recibió con una mirada alegre que al segundo se tornó en una que no era una mezcla entre amargura y tristeza. Lo saludó preguntando: – Hola hijo, ¿Qué pasó? Dime ¿quien te ha hecho esto? ¿Cómo era?. El joven aun con miedo no se reponía al shock (cabe resaltar que nunca antes le habían robado) y tras la insistencia de su abuelo, que lo había hecho pasar a la sala y sentar en un mueble viejo, respondió: era un moreno alto más o menos de mi edad. El abuelo insistió: – ¿Dónde?. – Como a media cuadra del paradero. – ¿Tenia cabello corto? -Sí. – ¿Qué mas?. – Cortes en los brazos y un tatuaje del escudo de Alianza Lima casi por el cuello, no le vi nada más.

El abuelo salió rápidamente y muy amargo de aquella sala, casi tirando la puerta. A los 5 ó 6 minutos regresó con el sujeto, para sorpresa de Alberto tenia al frente quien minutos atrás lo había despojado de sus cosas. El abuelo lo traía de los cabellos y una oreja para preguntar: – ¿Éste es?. El joven solo asintió. El abuelo tiró al delincuente hacia el mueble, al lado de Alberto, quien asustado no le quitaba la mirada. El abuelo regañó al delincuente diciendo: ¿Qué tienes? A él no le robes, él es tu primo, conócelo.

Tras un par de horas de larga conversación, el lonche, y la despedida, el abuelo acompañó a Alberto, junto con el primo (el ladrón) al paradero, tomó su bus de regreso a casa. Subió al bus y se sentó al fondo, miro por la ventana a sus familiares, ambos se despedían de el con la mano, se veía cierta tristeza en sus caras (en especial la del primo ladrón), tal vez avergonzados por las circunstancias en las que se dio su encuentro. Así tras la sorpresiva noticia, Alberto conocía a parte de la familia y para su alegría, pudo regresar a casa con sus cosas y una aventura que contar.

Comentarios ( 1 ) en: Todo queda en familia
  • meko dijo:

    me a gustado un chorro esta karnal la verdad muy guena anecdota y poes el abuelo aun mejor xD pero me la tuve k ller 2 veces pork esta bastante buena ahora le sigo para abajo y aunk es muy tarde aka en mexiko bale la pena salu2 knxdt y ojala y pongas mas k me au dejao kon el pikado salu2 bro

    giajoe